Tuesday, February 21, 2006

III PARTE

La tierra se había vuelto más quebrada y rocosa otra vez al acercarme a las montañas, y pronto empezó a elevarse ante mis pies, y la corriente descendió por un lecho hendido. Pero a la luz penumbrosa del crepúsculo del tercer día encontré un muro de roca. Había en él una abertura como un gran arco, la corriente pasaba por allí y se perdía. Al ver esto me afligí y pensé que había sido engañado por mis esperanzas y que aquel signo en las colinas me habían traído a un oscuro fin en medio de la tierra de mis enemigos.

Con desánimos en el corazón me senté entre las rocas en la lata orilla de la corriente, manteniéndome alerta a lo largo de una amarga noche sin fuego. Era todavía el mes de Súlime y ni el menor estremecimiento de primavera había llegado a esa lejana tierra en el que el viento cortante soplaba desde el este.

Mientras la luz del sol naciente brillaba pálida en las lejanas nieblas de Mithrim, escuché voces, y al mirar hacia abajo vi con sorpresa a dos Elfos que vadeaban el agua poco profunda; y cuando subían por los escalones cortados en la orilla rocosa me puse de pie y los llamé. Ellos en seguida desenvainaron sus brillantes espadas y se abalanzaron sobre mí. Entonces vi que llevaban una capa gris, pero debajo iban vestidos de cota de malla; y me maraville, porque se veían más hermosos y fieros, a causa de la luz que tenían en los ojos, que nadie del pueblo de los Elfos que hubiera visto antes poseía.

Ante su reacción me erguí en toda mi estatura y los esperé; pero cuando ellos vieron que no esgrimía arma alguna, sino que allí, de pie y solo, los saludaba en lengua élfica, envainaron las espadas y me hablaron cortésmente. Y uno de ellos dijo:
· Gelmir y Arminas somos, del pueblo de Finarfin. ¿No eres uno de los Edain de antaño que vivían en estas tierras antes de la Nirnaeth? Y en verdad del linaje de Hador y Húrin me pareces; porque tal te declara el oro de tus cabellos.
Y ante eso respondí:
· Sí, yo soy Tuor, hijo de Huor, hijo de Galdor, hijo de Hador; pero ahora por fin quiero abandonar esta tierra donde soy un proscrito y sin parientes.
· Entonces el que se hacía llamar Gelmir dijo—, si quieres huir y encontrar los puertos del Sur, ya tus pies te han puesto en el buen camino.
· Así me pareció —le respondí—. Porque seguí a una súbita fuente de agua en las colinas hasta que se unió a esta corriente traidora. Pero ahora no sé a dónde volverme, porque ha desaparecido en la oscuridad.
· A través de la oscuridad es posible llegar a la luz —me respondió.
· Yo le contesté que no obstante es preferible andar bajo el sol mientras es posible. Pero como eran elfos de la casa de Finarfin, les pregunté sin podían decirme dónde se encuentra la Puerta de los Noldor.
Entonces los dos Elfos rieron y me dijeron:
· Tu búsqueda ha llegado a su fin; porque nosotros acabamos de pasar esa Puerta. Allí está delante de ti! —Y señalaron el arco por donde fluía el agua. — ¡Ven pues! A través de la oscuridad llegarás a la luz. Pondremos tus pies en el camino, pero no nos es posible conducirte hasta muy lejos; porque se nos ha encomendado un recado urgente y regresamos a la tierra de la que huimos.
También me dijeron que no debía temer ya que tenía escrito en la frente un alto destino, el cual me llevará lejos de estas tierras, lejos en verdad de la Tierra Media, según les parecía.

Descendí los escalones tras los Noldor y vadeé el agua fría, hasta que entramos en la oscuridad más allá del arco de piedra. Y entonces Gelmir sacó una de esas lámparas por las que los Noldor tenían renombre; porque se habían hecho antaño en Valinor, y ni el viento ni el agua las apagaban, y cuando se descubrían irradiaban una clara luz azulina desde una llama encerrada en cristal blanco.
Ahora, a la luz que Gelmir sostenía por sobre su cabeza, vi que el río empezaba de pronto a descender por una suave pendiente y entraba en un gran túnel, pero junto al lecho cortado en la roca había largos tramos de peldaños que descendían y se adelantaban hasta una profunda lobreguez más allá de los rayos de la lámpara.

Cuando llegamos al pie de los rápidos, nos encontrábamos bajo una gran bóveda de roca, y allí el río se precipitaba por una abrupta pendiente con un gran ruido que resonaba en la cúpula, y seguía luego bajo otro arco y volvía a desaparecer en un túnel. Junto a la cascada los Noldor nos detuvimos y los elfos se despidieron de mí.

· Ahora debemos volvernos y seguir nuestro camino con la mayor prisa porque asuntos de gran peligro se agitan en Beleriand, me dijo Gelmir.
· ¿Es, pues, la hora en que Turgon ha de salir?—pregunté.
Entonces los Elfos me miraron con gran asombro debido a lo que había dicho
· Ese es asunto que concierne a los Noldor más que a los hijos de los Hombres ¿Qué sabes tú de Turgon?, me dijo el otro elfo llamado Arminas.
· Poco —respondí—, salvo que mi padre lo ayudó a escapar de la Nirnaeth y que en la fortaleza escondida de Turgon vive la esperanza de los Noldor. Sin embargo, no sé por qué, tengo siempre su nombre en el corazón y me sube a los labios. Y si de mí dependiese, iría a buscarlo en vez de seguir este oscuro camino de temor. A no ser, quizá, que esta ruta secreta sea el camino a su morada.
· ¿Quién puede decirlo? —respondió el Elfo—. Porque así como se esconde la morada de Turgon se esconden también los caminos que llevan a ella. Yo no los conozco, aunque los he buscado mucho tiempo. Sin embargo, si los conociera, no te los revelaría a ti ni a ninguno de entre los Hombres.
Ante eso Gelmir dijo:
· No obstante he oído que tu Casa goza del favor del Señor de las Aguas. Y si sus designios te llevan a Turgon, entonces sin duda llegarás ante é1 río. ¡Sigue ahora el camino por el que las aguas te han traído desde las colinas, y no temas! No andarás mucho tiempo en la oscuridad. Adiós! Y no creas que nuestro encuentro haya sido casual; porque el Habitante del Piélago mueve muchas cosas en esta tierra quieta. Anarka Lun a tie Lyanna.

Ellos se volvieron y ascendieron nuevamente, permanecí inmóvil hasta que la luz de la lámpara desapareció, y me quedé solo en una oscuridad tan profunda como la noche en medio de las cascadas rugientes. Entonces, haciéndome de coraje, apoyé mi mano izquierda sobre el muro rocoso y tanteé el camino, lento al principio, y luego con mayor rapidez al ir acostumbrándome a la oscuridad y no encontrar nada que me estorbara.

Al cabo de un largo rato, según me pareció y ya fatigado pero sin ganas de descansar en el negro túnel, vi a lo lejos una luz; y apresurándome llego a una alta y estrecha hendidura y seguí la ruidosa corriente entre los muros inclinados hasta salir a una tarde dorada. Había llegado a un profundo y escarpado barranco que avanzaba derecho hacia el Oeste; y ante mi el sol poniente bajaba por un cielo claro, brillaba en el barranco e iluminaba los costados con un fuego amarillo, y las aguas del río resplandecían como oro al romper en espumas sobre las piedras refulgentes.

En ese sitio profundo avancé lleno de esperanza y satisfacción, y encontré un sendero bajo el muro austral, donde había una playa larga y estrecha. Y cuando llegó la noche y el río siguió adelante invisible, excepto por el brillo de las estrellas altas que se reflejaban en aguas oscuras, me tendí para dormir y buscar de este modo un poco de descanso; extrañamente no sentía temor mientras estuviera junto al agua, sentía un gran poder que corría por ella.

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