Wednesday, March 08, 2006

V PARTE

Viajé hacia el sur a lo largo de la costa durante siete días completos, y cada día me despertaba un batir de alas sobre mí en el alba, y cada día los cisnes avanzaban volando mientras yo los seguía. Y mientras andaba los altos acantilados se hacían más bajos y las cimas se cubrían de hierbas altas y florecidas; y hacia el este había bosques que amarilleaban con el desgaste del año.

Pero por delante de mi, cada vez más cerca, veía una línea de altas colinas que me cerraban el camino y se extendían hacia el oeste hasta terminar en una alta montaña: una torre oscura y tocada de nubes apoyadas en hombros poderosos sobre un gran cabo verde que se adentraba en el mar.

Esas colinas grises eran las estribaciones occidentales de Ered Wethrin, el cerco septentrional de Beleriand, y la montaña era el Monte Taras, la más occidental de las torres. Llegué entonces a las ruinas de un camino perdido, y pasé entre montículos verdes y piedras caídas, y de ese modo y cuando menguaba el día me acerqué a un viejo recinto que tenía los patios altos y barridos por el viento. Ninguna sombra de temor o mal acechaba en estos sitios, pero sentí un miedo reverente al pensar en los que habían vivido allí en el pasado y que ahora habían partido nadie sabía a dónde: el pueblo inmortal pero condenado, venido desde mucho más allá del Mar.

Me volví y miré, como los ojos de ellos habían mirado a menudo el resplandor de las aguas agitadas que se perdían a lo lejos. Me volví nuevamente y vi que los cisnes se habían posado en la terraza más alta, y me detuve ante la puerta occidental del recinto; y ellos batieron las alas y me pareció que me hacían señas de que entrase. Subí por las escaleras ahora medio ocultas entre la hierba y la colleja y pasé bajo el poderoso dintel penetrando en las sombras de la casa.
Llegué por fin a una sala de altas columnas. Si grande había parecido desde fuera, ahora vasta y magnífica me pareció desde dentro, y por respetuoso temor no quise despertar los ecos de su vacío. Nada podía ver allí salvo en el extremo oriental, un alto asiento sobre un estrado, y tan sigilosamente como pude me acerqué a él; pero e1 sonido de mis pies resonaban sobre el suelo pavimentado como los pasos del destino, y los ecos corrían delante de mi por los pasillos de columnas.

Al llegar delante de la gran silla en la penumbra y ver que estaba tallada en una única piedra y cubierta de signos extraños, el sol poniente llegó al nivel de una alta ventana bajo el gaviete occidental y un haz de luz dio sobre el muro que tenía enfrente y resplandeció como sobre metal pulido. Entonces maravillado, vi que en el muro detrás del trono colgaban un escudo y una magnífica cota y un yelmo y una larga espada envainada. La cota resplandecía como labrada en plata sin mácula, y el rayo de sol la doraba con chispas de oro. Pero el escudo me pareció extraño, pues era largo y ahusado; y su campo era azul y el emblema grabado en el centro era el ala blanca de un cisne. Entonces hablé, y sentí que mi voz resonó como un desafío en la techumbre: —Por esta señal tomaré estas armas para mí y sobre mí cargaré el destino que deparen. —Y levanté el escudo y lo encontré más liviano y fácil de manejar de lo que había supuesto; porque parecía que estaba hecho de madera, pero con suma habilidad había sido cubierto de láminas de metal, fuertes y sin embargo delgadas como hojuelas, por lo que se había preservado a pesar del desgaste y el tiempo.

Me puse la cota y me cubrí la cabeza con el yelmo y me ceñí la espada; negros eran la vaina y el Cinturón con hebilla de plata. Así armado salí del recinto y me mantuve erguido en las altas terrazas de Taras a la luz roja del sol.

Al tomar las armas sentí que un cambio había ocurrido mí y además sentí que mi corazón creció dentro de mi pecho. Cuando salí por las puertas los cisnes que estaban ubicados en la entrada se dispusieron como si me estuvieran rindiendo homenaje, y extrañamente casa uno se arrancó una pluma del ala y me la ofrecieron tendiendo los largos cuellos sobre la piedra ante mis pies; yo tomé las siete plumas y las puse en la cresta del yelmo, y en seguida los cisnes levantaron vuelo y se alejaron hacia el norte a la luz del sol poniente, y no los vi mas.

1 Comments:

Blogger Ochentero said...

HOLA SOLO PASO A SALUDARTE¡¡¡¡¡ GRACIAS POR TU CONCEJO

4:59 PM  

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