Del Final de la Última Batalla I Parte
sintió cuando no pudo mover su pierna derecha.
Cerró lo ojos y no tenía claro que había pasado, no lograba definir en sus recuerdos que había sucedido, lo último que recordaba era que estaba en un sitio completamente inmaculado, rodeado de todos los poderes y de interminables canciones que llenaban de gloria el mundo y después.... Un relámpago de luz, y ahí yacía tirado, sin explicación alguna de su suerte.
- ¿Mi nombre? ¿Cómo me llamo?- Intentó recordar, y su estropeado cerebro empezó a trabajar, esta vez sin descanso, puesto que este hombre poseía una capacidad de restauración ante los daños de cualquier tipo, que muchos seres de la Tierra Media hubieran deseado poseer.
Recordó que tuvo muchos nombres, apodos o apelativos, que su vida fue un completo ir y venir de desgracias y que después de alcanzar la felicidad que creyó completa, pero en este instante concibió como momentánea; volvió a caer en una desdicha y ahora no recordaba por
qué, cual era el motivo que empujaba su destino a esto, si en verdad alguna vez el destino estuvo de su lado.
Después de volver a abrir los ojos respiró profundamente y haciendo gala de su fortaleza se levantó, aunque sintiera que su cuerpo se desmoronaba en jirones de intenso dolor, y por fin pudo ver el mundo que le rodeaba en ese instante.
Parecía una nueva era, ni siquiera en la tierra de la felicidad, como él la llamaba, en donde había vivido por edades superaba todo lo que estaba observando.
Escuchaba el sonido de los ríos, un canto de una pureza nunca imaginada, el cual se tejía con el dulce canto de los ruiseñores que volaban danzantes en la melodía entonada por el viento.
El verde de las praderas que se veían a lo lejos del gran monte en donde se encontraba tendido le hizo doler los
ojos, jamás había visto una intensidad llena de tanta gloria, parecía como si le enseñara al mundo completo cual era la forma de la perfección, y de igual forma lo
hacían los bosques, llenos de altos y frondosos árboles, en donde se resaltaba el verde oscuro y grandes especímenes de tallos de plata y hojas que volaban por el viento como el oro puro.
Si no fuera por los pájaros la soledad en la que se encontraba le habría consumido el corazón. Luego de
observar en donde estaba seguía sin saber cual era aquel sitio, ni cual de los muchos nombres que recordaba
era el suyo verdadero. “Neithan, pronunció con un gran esfuerzo, ese fue uno de mis nombres, ¿pero... Qué querrá decir?, ¿por qué ‘El Ofendido’?”, ante el esfuerzo que había echo no pudo encontrar respuesta, pero una luz se empezó a abrir en su mente.
En contra de su estado se levantó por fin, sin poder utilizar completamente su pierna Derecha y tambaleándose llegó hasta un árbol de abedul en donde se apoyó y miró desde una panorámica más alta el mundo en el que se encontraba. Se percató que a unos diez metros de donde se encontraba tendido minutos antes se encontraba una espada rota, de metal opaco. Al verla una serie de imágenes se agolparon en su cabeza haciéndolo perder el equilibrio.
La espada estaba en perfecto estado y con un brillo en el filo le hablaba. Estaba ante una gran estancia oscura, en donde unos seres del más allá no le permitían la entrada acusándolo de suicida e impuro para pasar al mundo inmaculado. Su mano se quemaba con un ardiente líquido rojo. En su cabeza llevaba un Yelmo con forma de Dragón y asesinaba orcos en innumerables batallas.
Con gran esfuerzo se levantó de nuevo y sus ojos estaban llenos de lágrimas, sentía que su corazón no podía soportar más la incertidumbre en la que se encontraba y de su boca emanó un gran grito, el cual al parecer no fue escuchado por elfo u hombre alguno. Como pudo se recostó junto al tronco del árbol y cerró los ojos.
Un elfo yacía muerto en el suelo mientras el cielo relampagueaba a sus espaldas y un intenso dolor le carcomía el alma. Estaba ante grandes señores, los grandes espíritus y poderes y le encomendaban una gran misión, para él una venganza. La voz de un hermosa mujer de cabellos oscuros y ojos grises, una gran dama parecida a una reina Noldor, una dama oscura le llamaba a lo lejos y le decía Túrin, despierta hijo mío.
Túrin hijo de Húrin de la Casa de Hador, ese es mi nombre, también fui Turambar, Gorthol, Agarwaen hijo de Umarth, Adanedhel y Mormegil. Después de reconocerse a sí mismo empezó a llorar, lloró por toda su vida y cada una de las desgracias que en ella le había tocado afrontar, lloró por estar ahí en ese estado y sin explicación alguna.
Después de haberse calmado empezó a recordar. En Aman estaban desplegados todos los estandartes de las casas Noldor, Vanyar, Teleri y el de los Ainur, de igual forma estaba el de la Casa de Hador en representación de los hombres; Eärendil en el cielo esperaba para dar la señal y los primos Túrin y Tuor en representación de todos los atani. La señal fue dada por la Estrella de la Esperanza y todos se dispusieron al momento más esperado desde edades atrás en el inicio de los tiempos, la guerra tanto tiempo
anunciada.
Túrin recibió la espada, aquella que partiría el mundo en dos, y fue vestido nuevamente con el Yelmo del Dragón de la Casa de Hador, él fue el elegido para que combatiera antes que llegara el fin con el enemigo oscuro, Morgoth, quien según indicaba Eärendil en ese momento fue soltado del vacío intemporal para ser juzgado por todos sus actos.
Fionwe en representación de los Ainur también estaba dispuesto, estaba al lado de Manwë Súlimo en lo alto del Taniquetil, de un salto se desplazó hasta el punto en donde estaban sus compañeros de guerra, Túrin al lado de el vala Tulkas, quien desde tiempos inmemoriales esperaba el momento de volver a enfrenta a Melkor.
En ese instante se levantaron todos los estandartes presentes y se dirigieron hacia el lugar de la confrontación final, en la Tierra de Aman.
Aulë, acongojado por los daños que sufriría Arda, ya tenía dispuesto a los naugrim para el trabajo final, la reconstrucción que los khazad harían en honor a Mahal su padre, puesto que desde la piedra se curarán las heridas del mundo.
Imagen: Dibujada por Claudia Arana - Fimbrethil Emerwen- Túrin Turambar.