XIV PARTE
Pero la luz roja tiñó las colinas del norte y no las del este como esperábamos hiciera el sol; y nada detuvo a los enemigos hasta que estuvieron bajo los muros mismos de Gondolin, y ya no hubo modo de impedir el sitio de la ciudad.
Hubo muchos actos de valor en medio de la desesperación que fueron llevados a cabo por los capitanes de las casas nobles y sus guerreros. Las tropas de la Casa del Rey formaban una hueste poderosa.
Yo me encontraba en el centro y también se congregaron las huestes de Maeglin. Hacia el norte se veía arder las colinas y parecía que ríos de fuego bajaban por las laderas que se prolongaban en el valle de Tumladen, y ya se sentía el calor que surgía de allí.
Pese a que quería regresar a la batalla, me dirigí a mi casa a despedirme de Eärendil y de mi esposa, y así enviarlos de prisa con una escolta por el pasadizo secreto antes de unirme nuevamente a la guerra, estaba dispuesto a morir si era preciso; pero cual fue mi sorpresa cuando encontré que ante la puerta de mi hogar se apiñaba una multitud del linaje del Topo, los seres más repulsivos y malvados que Meglin había podido reunir en la ciudad para conformar su ejército. Sin embargo, eran Noldor libres que no habían caído víctimas de ningún maleficio de Melkor, y por ello, aunque Meglin era su jefe, no dieron ayuda a Idril pero tampoco le ayudaron a él a lograr su propósito, a pesar de todas sus maldiciones.
Meglin tenía a Idril por los cabellos y trató de arrastrarla para que viera cómo iba a arrojar a mi hijo entre las llamas; pero el niño se resistió y así, sola como estaba, Idril lucho como una tigresa, al igual que Eärendil hasta que por fin llegamos al sitio, sólo atiné a lanzar un fuerte grito ante lo que estaba viendo, mis compañeros se lanzaron como el estallido de una tormenta sobre las huestes de Maeglin, quien al verla rápida respuesta intentó enterrarle una daga al niño, pero él fue más rápido y le mordió la mano izquierda hasta que le enterró los dientes, haciéndolo tambalear, por lo que hundió débilmente el cuchillo en su pequeño cuerpo resbalando ante la cota de malla de Eërendil, lo cual me hizo enfurecer más y por lo que me le tiré en cima lleno de ira.
Lo cogí por la mano que blandía el cuchillo y le retorcí el brazo quebrándoselo y tomándolo por la cintura, salté con él sobre las murallas y lo arrojé lejos. El cuerpo cayó lentamente y golpeó tres veces en Amon Gwareth antes de precipitarse en medio de las llamas. Según me contó mi amada pereció en el mismo lugar en donde años antes había murto su padre Eol, el elfo oscuro.
El resto de sus hombres que estaban en el sito se abalanzaron sobre mí, pero junto con mi ejército nos enfrentamos a una encarnizada lucha que culminó con la huída de los traidores seguidores de Maeglin.
Dejé a Voronwë y unos cuantos soldados protegiendo a mi familia, y esperanzado en que la ciudad podía resistir me dirigí nuevamente al campo de batalla con el resto de la Casa del Ala y nos lanzamos alineados junto a Echetelion y la Casa de la Fuente y con dificultad y abriéndonos paso entre los orcos logramos llegar casi a la Puerta, pero allí todo era temblor y estruendo de pisadas porque los dragones se esforzaban por abrirse camino hacia lo alto de Amon Gwareth y por derribar las murallas de la ciudad; y ya habían abierto una brecha y allí donde antes se elevaban las torres de los vigías ahora sólo habían escombros.
Serpientes de bronce se arrojaron contra la muralla del oeste y gran parte de ella tembló y se derrumbó, y por detrás apareció una criatura de fuego con Balrogs sobre su lomo.
De las fauces del dragón salían llamaradas que abrasaban a los guerreros y ennegrecían las alas de mi yelmo, pero me mantuve en pie y congregué a mi alrededor a mis guardianes y a todos los de la casa del Arco y de la Golondrina que logré encontrar, mientras a mi derecha Ecthelion reunía a los soldados de la Fuente del Sur.
Los Orcos parecían recuperar su valor al ver que los dragones se acercaban y se unían a los Balrogs, allí hubo muchos enfrentamientos y di muerte a Othrod, un capitán de los Orcos, partiéndole el yelmo en dos, y despedacé a Balcmeg y a Lug con mi hacha cortándole las piernas desde las rodillas, mientras Ecthelion traspasaba a dos capitanes de los trasgos de un solo golpe y le abría la cabeza hasta los dientes a Orcobal, su principal paladín.
Y abriéndonos paso llegamos hasta donde estaban los Balrogs. Ecthelion dio muerte a tres de esos demonios poderosos, porque el brillo de su espada atravesaba sus hierros y aplacaba su fuego y ellos se retorcían, mientras mi hacha Dramborleg aniquiló a cinco de esos demonios de fuegos y de sombras.
Pero el látigo de un Balrogs hirió a Ecthelion en el brazo izquierdo y así perdió el escudo precisamente cuando el dragón de fuego se acercaba entre los escombros de las murallas, entonces lo socorrí, no podía abandonarlo aunque ya casi nos aplastaban las pisadas de la bestia y corríamos peligro de que nos aniquilaran; me devolví y le enterré el hacha a la criatura en una de las patas, de modo que le comenzaron a salir llamaradas por la herida y el dragón lanzó un chillido mientras daba latigazos con la cola; matando a muchos Orcos y gente de la nuestra.
Entonces fue cuando hice acopio de mis fuerzas Y levanté a Ecthelion, y con el resto de las huestes logramos pasar por debajo del dragón y escapar; pero la bestia había dado muerte a muchos elfos y habíamos perdido gran parte de nuestras fuerzas y más de la mitad de la ciudad estaba en manos del enemigo.
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