Sunday, April 23, 2006

XIV PARTE

Pero la luz roja tiñó las colinas del norte y no las del este como esperábamos hiciera el sol; y nada detuvo a los enemigos hasta que estuvieron bajo los muros mismos de Gondolin, y ya no hubo modo de impedir el sitio de la ciudad.

Hubo muchos actos de valor en medio de la desesperación que fueron llevados a cabo por los capitanes de las casas nobles y sus guerreros. Las tropas de la Casa del Rey formaban una hueste poderosa.

Yo me encontraba en el centro y también se congregaron las huestes de Maeglin. Hacia el norte se veía arder las colinas y parecía que ríos de fuego bajaban por las laderas que se prolongaban en el valle de Tumladen, y ya se sentía el calor que surgía de allí.

Pese a que quería regresar a la batalla, me dirigí a mi casa a despedirme de Eärendil y de mi esposa, y así enviarlos de prisa con una escolta por el pasadizo secreto antes de unirme nuevamente a la guerra, estaba dispuesto a morir si era preciso; pero cual fue mi sorpresa cuando encontré que ante la puerta de mi hogar se apiñaba una multitud del linaje del Topo, los seres más repulsivos y malvados que Meglin había podido reunir en la ciudad para conformar su ejército. Sin embargo, eran Noldor libres que no habían caído víctimas de ningún maleficio de Melkor, y por ello, aunque Meglin era su jefe, no dieron ayuda a Idril pero tampoco le ayudaron a él a lograr su propósito, a pesar de todas sus maldiciones.

Meglin tenía a Idril por los cabellos y trató de arrastrarla para que viera cómo iba a arrojar a mi hijo entre las llamas; pero el niño se resistió y así, sola como estaba, Idril lucho como una tigresa, al igual que Eärendil hasta que por fin llegamos al sitio, sólo atiné a lanzar un fuerte grito ante lo que estaba viendo, mis compañeros se lanzaron como el estallido de una tormenta sobre las huestes de Maeglin, quien al verla rápida respuesta intentó enterrarle una daga al niño, pero él fue más rápido y le mordió la mano izquierda hasta que le enterró los dientes, haciéndolo tambalear, por lo que hundió débilmente el cuchillo en su pequeño cuerpo resbalando ante la cota de malla de Eërendil, lo cual me hizo enfurecer más y por lo que me le tiré en cima lleno de ira.

Lo cogí por la mano que blandía el cuchillo y le retorcí el brazo quebrándoselo y tomándolo por la cintura, salté con él sobre las murallas y lo arrojé lejos. El cuerpo cayó lentamente y golpeó tres veces en Amon Gwareth antes de precipitarse en medio de las llamas. Según me contó mi amada pereció en el mismo lugar en donde años antes había murto su padre Eol, el elfo oscuro.

El resto de sus hombres que estaban en el sito se abalanzaron sobre mí, pero junto con mi ejército nos enfrentamos a una encarnizada lucha que culminó con la huída de los traidores seguidores de Maeglin.

Dejé a Voronwë y unos cuantos soldados protegiendo a mi familia, y esperanzado en que la ciudad podía resistir me dirigí nuevamente al campo de batalla con el resto de la Casa del Ala y nos lanzamos alineados junto a Echetelion y la Casa de la Fuente y con dificultad y abriéndonos paso entre los orcos logramos llegar casi a la Puerta, pero allí todo era temblor y estruendo de pisadas porque los dragones se esforzaban por abrirse camino hacia lo alto de Amon Gwareth y por derribar las murallas de la ciudad; y ya habían abierto una brecha y allí donde antes se elevaban las torres de los vigías ahora sólo habían escombros.

Serpientes de bronce se arrojaron contra la muralla del oeste y gran parte de ella tembló y se derrumbó, y por detrás apareció una criatura de fuego con Balrogs sobre su lomo.

De las fauces del dragón salían llamaradas que abrasaban a los guerreros y ennegrecían las alas de mi yelmo, pero me mantuve en pie y congregué a mi alrededor a mis guardianes y a todos los de la casa del Arco y de la Golondrina que logré encontrar, mientras a mi derecha Ecthelion reunía a los soldados de la Fuente del Sur.

Los Orcos parecían recuperar su valor al ver que los dragones se acercaban y se unían a los Balrogs, allí hubo muchos enfrentamientos y di muerte a Othrod, un capitán de los Orcos, partiéndole el yelmo en dos, y despedacé a Balcmeg y a Lug con mi hacha cortándole las piernas desde las rodillas, mientras Ecthelion traspasaba a dos capitanes de los trasgos de un solo golpe y le abría la cabeza hasta los dientes a Orcobal, su principal paladín.

Y abriéndonos paso llegamos hasta donde estaban los Balrogs. Ecthelion dio muerte a tres de esos demonios poderosos, porque el brillo de su espada atravesaba sus hierros y aplacaba su fuego y ellos se retorcían, mientras mi hacha Dramborleg aniquiló a cinco de esos demonios de fuegos y de sombras.

Pero el látigo de un Balrogs hirió a Ecthelion en el brazo izquierdo y así perdió el escudo precisamente cuando el dragón de fuego se acercaba entre los escombros de las murallas, entonces lo socorrí, no podía abandonarlo aunque ya casi nos aplastaban las pisadas de la bestia y corríamos peligro de que nos aniquilaran; me devolví y le enterré el hacha a la criatura en una de las patas, de modo que le comenzaron a salir llamaradas por la herida y el dragón lanzó un chillido mientras daba latigazos con la cola; matando a muchos Orcos y gente de la nuestra.

Entonces fue cuando hice acopio de mis fuerzas Y levanté a Ecthelion, y con el resto de las huestes logramos pasar por debajo del dragón y escapar; pero la bestia había dado muerte a muchos elfos y habíamos perdido gran parte de nuestras fuerzas y más de la mitad de la ciudad estaba en manos del enemigo.

Tuesday, April 18, 2006

XIII PARTE

Durante los siete años que llevaba viviendo en Gondolin me había ganado la estima del Rey, gracias a mi trabajo en la ciudad y mi rápido aprendizaje, me había ganado su confianza, lo cual me dio valentía para pedirle la mano de su hermosa hija, fue uno de los momentos realmente difíciles, era alcanzar una gracia bien grande, en ese momento la cacería de orcos o el enfrentamiento a los hombres del este parecieron un juego de niños, pero gracias a Ilúvatar el Rey Turgon no me rehusó ni siquiera la mano de su hija, porque aunque no quería hacer caso del mandato de Ulmo, entendía que el destino de los Noldor estaba atado a aquel a quien Ulmo había enviado, según me comentó tiempo después, además me dijo que no había olvidado las palabras que mi padre le había dicho antes de que el ejército de Gondolin abandonara la Batalla de las Lágrimas Innumerables.

Se celebró una gran fiesta y nos casamos ante el pueblo en Gar Ainion, el Lugar de los Dioses, corría el año 502, y toda la ciudad parecía feliz, a excepción de Maeglin, a quien al parecer nunca le caí en gracia, por más que me esforcé, pero nunca pude entenderlo.

En la primavera del año siguiente nació mi hijo Eärendil a quien llamaban el Medio Elfo. Su belleza era sobrecogedora, llevaba en la cara una luz que parecía la luz del cielo, y tenía la belleza y la sabiduría de los Eldar, y la fuerza y la audacia de los Hombres de antaño; y el mar le hablaba siempre al oído y al corazón, como me sucedía a mi, también tenía la gracia de Ulmo sobre él.

En ese entonces los días de Gondolin eran felices y pacíficos, pero a mi esposa Idril Celebrindal quien siempre se caracterizó por ser sabia y previsora, le surgió una inquietud en el corazón, y la sombra de un mal presagio. Por este motivo hizo preparar un camino subterráneo y secreto, que iría desde la ciudad y bajo el llano hasta más allá de los muros, al norte de Amon Gwareth; y dispuso que sólo muy pocos supieran de él, y que ni siquiera un rumor sobre estas obras llegara a oídos de Maeglin.

En el año que Eärendil cumplió siete años, 510 de la Primera Edad, Morgoth lanzó sobre Gondolin a Balrogs y Orcos y Lobos; y con ellos iban dragones de la estirpe de Glaurung, numerosos y terribles. El ejército de Morgoth vino por las montañas septentrionales donde era mayor la altura y menos atenta la vigilancia del reino, y llegó por la noche en tiempo festivo, cuando todos los del pueblo de Gondolin estábamos sobre los muros esperando el amanecer, para cantar cuando el sol se elevara en el cielo; porque al día siguiente era la gran fiesta que llamaban las Puertas del Verano, no supimos como se enteró el enemigo de nuestra localización, pero por dentro sabía que la profecía se estaba cumpliendo, y que pesaría haber desobedecido a Ulmo.

Tuesday, April 11, 2006

XII PARTE

Me mantuve erguido sin pronunciar palabra. Silenciosas a ambos lados formaban las huestes del ejército de Gondolin; todas las siete clases de las Siete Puertas estaban representadas en él; pero los capitanes jineteaban caballos blancos y grises. Entonces, mientras me miraban asombrados, se me cayó la capa, y aparecí ante ellos vestido con la poderosa librea de Nevrast, que antaño había usado Turgon.

Entonces Ecthelion dijo por fin: —Ya no hace falta otra prueba; y aun el nombre que reivindica, como hijo de Huor, importa menos que esta clara verdad: es el mismo Ulmo quien lo envía.

Duré un buen rato contemplando el hermoso Valle de Tumladen, engarzado como una joya verde entre las colinas de alrededor; y a lo lejos, sobre la altura rocosa de Amon Gwareth, vi a Gondolin la grande, ciudad de siete nombres, cuya fama y gloria es alta en el canto de todos los Elfos de las Tierras de Aquende.

Por orden de Ecthelion las trompetas sonaron en las torres de la gran puerta, y las colinas devolvieron el eco; y lejano, pero claro, llegó el sonido de otras trompetas, que respondían desde los muros blancos de la ciudad, arrebolados con el alba que se extendía por la llanura.

Cabalgué a través de Tumladen y llegué a la puerta de Gondolin; y después de ascender las amplias escalinatas de la ciudad, fui por fin conducido a la Torre del Rey, y contemplé las imágenes de los Árboles de Valinor. Me encontré por fin de pie ante Turgon hijo de Fingolfin, Rey Supremo de los Noldor, y a la derecha del rey estaba de pie Maeglin, hijo de su hermana, y a la izquierda tenía sentada a su hija Idril Celebrindal.

Entonces le advertí a Turgon que la Maldición de Mandos se precipitaba ahora e iba a cumplirse, y que todas las obras de los Noldor perecerían; por lo que el Señor Ulmo le aconsejaba que partiera y abandonara la poderosa ciudad que había construido y bajara por el Sirion al mar.

El Rey Turgon estuvo meditando durante largo tiempo el consejo del Vala Ulmo, repetía en voz baja las palabras que le fueron pronunciadas en Vinyamar: “No ames demasiado la obra de tus manos y las invenciones de tu corazón; y recuerda que la verdadera esperanza de los Noldor está en el Occidente y viene del Mar.”

El rey se negó a seguir el consejo que de parte de Ulmo le había llevado, alegando que Gondolin era una ciudad inexpugnable y que salir era volver a mezclarse y contaminarse con todo el mal que había afuera y seguirle el juego a Morgoth, y que además el camino a occidente no era seguro. Además su sobrino Maeglin hablaba siempre en contra mía en los consejos del rey, con palabras que parecían convincentes para el Rey, en tanto respondían a sus deseos, y por eso rechazó la advertencia.

Sin embargo por miedo a la traición, recordando las palabras del Vala, Turgon mandó a cerrar por tanto las puertas escondidas de las Montañas Circundantes; y desde entonces nadie salió nunca de Gondolin en misión de paz o de guerra mientras la ciudad estuvo allí. Thorondor, el Señor de las Águilas, nos anunció la caída de Nargothrond y luego trajo la noticia de la muerte del Rey Thingol y posteriormente la de su nieto Dior, el heredero, y de la ruina de Doriath.

Ante todas estas noticias Turgon cerró los oídos a los males de fuera, e hizo voto de no marchar nunca al lado de ningún hijo de Fëanor; y prohibió a su pueblo que atravesara el cerco de lascolinas. Mientras tanto yo permanecí en Gondolin, subyugado por la beatitud y la belleza de esas tierras y la sabiduría de la gente que en ella habitaba; con el tiempo y gracias a las enseñanzas del pueblo oculto me hice poderoso de mente y estatura, y aprendí a fondo la ciencia de los Elfos exiliados.

Poco a poco me fui ganando la confianza de la princesa Idril, bella y sabia era ella entre las elfas, y con el tiempo el corazón de mi amada se volvió hacia mí, y el mío le correspondía ciegamente. De igual forma el Rey me tomó en alta estima, y ordenó a los artesanos que me hicieran una armadura como obsequio por su aprecio.

Era una verdadera armadura hecha por los Noldor, la hicieron de acero forjado y recubierto de plata; y adornaron su yelmo con mi emblema en metales y joyas, la figura de dos alas de cisne, una a cada lado, y en mi escudo también labraron un ala de cisne.

Como arma no me decidí por una espada, preferí una fuerte y segura hacha, la cual también fue forjada en Gondolin, y a la cual llamé Dramborleg.

Tuesday, April 04, 2006

XI Parte

Habíamos atravesado el Primer Portal, el Portal de Madera, me sentía profundamente cansado, un viento helado siseaba sobre la cara de las piedras, y me envolví en la capa.
— ¡Frío soplaba el viento del Reino Escondido.

Seguimos caminando cansados por el viaje y el hambre, de este modo ascendimos el camino empinado, a veces por largas escaleras, otras por cuestas ondulantes bajo la intimidante sombra del acantilado, hasta que a una media legua poco más o menos de la Puerta de Madera, vi que el camino estaba bloqueado por un gran muro que cruzaba el barranco de lado a lado, con robustas torres de piedra en cada extremo. En la pared había una gran arcada sobre el camino, pero parecía la habían cerrado con una única poderosa piedra. Cuando nos acercamos, la oscura y pulida superficie resplandecía a la luz de una lámpara blanca que colgaba en el medio del arco.

Era el Segundo portal, el Portal de Piedra, pasamos y entramos en un patio donde había muchos guardianes armados vestidos de gris. Nadie dijo nada, pero Elemmakil nos condujo a una cámara bajo la torre septentrional; y allí se nos dio alimentos y vino y se nos permitió descansar un momento.

Al cabo de un corto trecho nos topamos con un muro más alto todavía y más fuerte que el anterior, y en él se abría e1 Tercer Portal, e1 Portal de Bronce: un gran portal de dos hojas recubiertas de escudos y placas de bronce en los que había grabados muchas figuras y signos extraños. Sobre el muro, por encima del dintel, había tres torres cuadradas, techadas y revestidas de cobre, que brillaba siempre y resplandecía como fuego a los rayos de las lámparas rojas, alineadas como antorchas a lo largo del muro.

Otra vez silenciosos cruzamos la puerta y vimos en el patio del otro lado una compañía de guardianes todavía mayor, con trajes de malla que brillaban como fuego opacado; y las hojas de las hachas eran rojas. Del linaje de los Sindar de Nevrast eran la mayoría de los que guardaban esta puerta.

Después de seguir subiendo nos acercamos al Cuarto Portal, el Portal de Hierro
Retorcido. Alto y negro era el muro y ninguna lámpara lo iluminaba. Sobre él había cuatro torres de hierro, y entre las dos del medio asomaba la figura de un águila enorme labrada en hierro, a semejanza del Rey Thorondor cuando bajando de los cielos más altos se posa sobre la cima de una montaña. Pero cuando estuve frente a la puerta, asombrado, tuve la impresión de que estaba mirando a través de las ramas y los troncos de unos árboles imperecederos un pálido valle de la Luna. Porque una luz venía a través de las tracerías de la puerta, forjadas y batidas en forma de árboles, con raíces retorcidas y ramas entretejidas cargadas de hojas y de flores. Y al pasar al otro lado, vi cómo esto era posible; porque la puerta era de un grosor considerable, y no había un solo enrejado, sino tres en sucesión, puestos de tal modo que para quien venía por medio del camino eran parte del conjunto; pero la luz de más allá era la luz del día.

Más allá el camino era casi llano. Pasamos entonces por medio de las filas de la Guardia de Hierro que estaba detrás del Portal; de mantos, mallas y largos escudos negros; y las viseras de pico de águila de los cascos les cubrían las caras.

De ahí fuimos conducidos al Portal de Plata. El muro del Quinto Portal estaba construido de mármol blanco, y era bajo y macizo, y el parapeto era un enrejado de plata entre cinco grandes globos de mármol; y había allí muchos arqueros vestidos de blanco. La puerta tenía la forma de tres arcos de círculo, y estaba hecha de plata y de perlas de Nevrast a semejanza de la Luna; pero sobre el Portal, en medio del globo, se levantaba la imagen del Árbol Blanco de Telperion, de plata y malaquita, con flores hechas con las grandes perlas de Ba1ar. Y más allá del Portal, en un amplio patio pavimentado de mármol verde y blanco, había arqueros con malla de plata y yelmos de cresta blanca, un centenar de ellos a cada lado. Entonces Elemmakil nos condujo a través de las filas silenciosas y entramos en un largo camino blanco que llevaba derecho al Sexto Portal; y mientras avanzamos, las veredas de hierba a la vera del camino se hacían más anchas, y entre las blancas estrellas de uilos, se abrían muchas flores menudas, como ojos de oro.

Así llegamos al Portal Dorado, el último de los antiguos portales de Turgon construidos antes de la Nirnaeth; y era muy semejante al Portal de Plata, salvo que el muro estaba hecho de mármol amarillo y los globos y el parapeto eran de oro rojo; y había seis globos, y en medio, sobre una pirámide dorada, se levantaba la imagen de Laurelin, el Árbol del Sol, con flores de topacio labradas en largos racimos, engarzados en cadenas de oro. Y el Portal mismo estaba adornado con discos de oro de múltiples rayos, a semejanza del Sol, engarzados en medio de figuras de granate y topacio y diamantes amarillos. En el patio del otro lado había trescientos arqueros con largos arcos, y las cotas de malla eran doradas, y unas largas plumas doradas les coronaban los yelmos; y los grandes escudos redondos eran rojos como llamas de fuego.

Elemmakil avanzó de prisa porque se acercaban al Séptimo Portal, llamado el Grande, el Portal de Acero. No había allí ningún muro, pero a cada lado se levantaban dos torres redondas de gran altura, con múltiples ventanas escalonadas en siete plantas que culminaban en una torrecilla de acero brillante, y entre las torres había un poderoso cerco de acero que no se oxidaba, y resplandecía frío y pulido. Había siete grandes columnas de acero, con la altura y la circunferencia de fuertes árboles jóvenes, pero terminadas en una punta cruel afilada como una aguja; y entre las columnas había siete travesaños de acero, y en cada espacio siete veces siete varas de acero verticales, coronadas de láminas largas como lanzas. Pero en el centro, sobre la columna central y la más grande, se levantaba una poderosa imagen del yelmo real de Turgon: la Corona del Reino Escondido, toda engarzada de diamantes.

Elemmakil avanzó y ninguna puerta se abrió; pero golpeó una barra y el cerco resonó como un arpa de múltiples cuerdas que emitió unas claras notas armónicas que fueron repitiéndose de torre en torre.

En seguida surgieron jinetes de las torres, pero delante de los de la torre septentrional venía uno montado en un caballo blanco; y desmontó y avanzó hacia nosotros. Era Ecthelion, Señor de las Fuentes, por ese tiempo Guardián de la Gran puerta.Vestía todo de plata, y sobre el yelmo resplandeciente llevaba un dardo de acero terminado en un diamante; y cuando el escudero le tomó el escudo, éste brilló como cubierto de gotas de lluvia, que eran en verdad un millar de tachones de cristal.

Elemmakil lo saludó y dijo: —He traído aquí a Voronwë Aranwion, que vuelve de Balar; y he aquí el extranjero que él ha conducido y que demanda ver al Rey.
Entonces Ecthelion se volvió hacia mí, pero me envolví en mi capa y guardé silencio frente a él; sentí que una neblina me cubría y que había crecido en estatura, de modo que el extremo de mi capucha sobrepasaba el yelmo del señor élfico, como si fuera la cresta gris de una ola marina que se precipita a tierra. Pero Ecthelion posó su brillante mirada sobre mí y al cabo de un silencio habló gravemente diciendo: — Has llegado hasta el Último Portal. Entérate pues que ningún extranjero que lo atraviese volverá a salir otra vez, salvo por la puerta de la muerte.

Entonces conducido por un extraño poder dentro de mí dije:
•¡No pronuncies augurios ominosos! Si el mensajero del Señor de las Aguas pasa por esa puerta, todos los que aquí moran han de ir tras él. Señor de las Fuentes: ¡no estorbes al mensajero del Señor de las Aguas! Voronwë y todos los que estaban cerca me miraron con asombro, maravillados de mis palabras y mi voz. Yo solo tuve la impresión de que me oía a mí mismo como si otro hablara por mi boca.

Por un tiempo Ecthelion se mantuvo en silencio mirándome, y poco a poco un temor reverente le asomó a la cara, como si en la sombra gris de mi capa viera visiones distantes. Luego se inclinó ante mí y fue hacia el cerco y puso sus manos sobre él, y las puertas se abrieron hacia adentro a ambos lados de la columna de la Corona.

Entonces pasé entre ellas, y llegando a un elevado prado que daba sobre el valle, contemplé Gondolin en medio de la nieve blanca era el año 495. Y tan maravillado quedé que durante largo rato no pude mirar nada más; porque tenía ante mí por fin la visión de mi deseo, nacido de sueños de nostalgia.