XII PARTE
Me mantuve erguido sin pronunciar palabra. Silenciosas a ambos lados formaban las huestes del ejército de Gondolin; todas las siete clases de las Siete Puertas estaban representadas en él; pero los capitanes jineteaban caballos blancos y grises. Entonces, mientras me miraban asombrados, se me cayó la capa, y aparecí ante ellos vestido con la poderosa librea de Nevrast, que antaño había usado Turgon.
Entonces Ecthelion dijo por fin: —Ya no hace falta otra prueba; y aun el nombre que reivindica, como hijo de Huor, importa menos que esta clara verdad: es el mismo Ulmo quien lo envía.
Duré un buen rato contemplando el hermoso Valle de Tumladen, engarzado como una joya verde entre las colinas de alrededor; y a lo lejos, sobre la altura rocosa de Amon Gwareth, vi a Gondolin la grande, ciudad de siete nombres, cuya fama y gloria es alta en el canto de todos los Elfos de las Tierras de Aquende.
Por orden de Ecthelion las trompetas sonaron en las torres de la gran puerta, y las colinas devolvieron el eco; y lejano, pero claro, llegó el sonido de otras trompetas, que respondían desde los muros blancos de la ciudad, arrebolados con el alba que se extendía por la llanura.
Cabalgué a través de Tumladen y llegué a la puerta de Gondolin; y después de ascender las amplias escalinatas de la ciudad, fui por fin conducido a la Torre del Rey, y contemplé las imágenes de los Árboles de Valinor. Me encontré por fin de pie ante Turgon hijo de Fingolfin, Rey Supremo de los Noldor, y a la derecha del rey estaba de pie Maeglin, hijo de su hermana, y a la izquierda tenía sentada a su hija Idril Celebrindal.
Entonces le advertí a Turgon que la Maldición de Mandos se precipitaba ahora e iba a cumplirse, y que todas las obras de los Noldor perecerían; por lo que el Señor Ulmo le aconsejaba que partiera y abandonara la poderosa ciudad que había construido y bajara por el Sirion al mar.
El Rey Turgon estuvo meditando durante largo tiempo el consejo del Vala Ulmo, repetía en voz baja las palabras que le fueron pronunciadas en Vinyamar: “No ames demasiado la obra de tus manos y las invenciones de tu corazón; y recuerda que la verdadera esperanza de los Noldor está en el Occidente y viene del Mar.”
El rey se negó a seguir el consejo que de parte de Ulmo le había llevado, alegando que Gondolin era una ciudad inexpugnable y que salir era volver a mezclarse y contaminarse con todo el mal que había afuera y seguirle el juego a Morgoth, y que además el camino a occidente no era seguro. Además su sobrino Maeglin hablaba siempre en contra mía en los consejos del rey, con palabras que parecían convincentes para el Rey, en tanto respondían a sus deseos, y por eso rechazó la advertencia.
Sin embargo por miedo a la traición, recordando las palabras del Vala, Turgon mandó a cerrar por tanto las puertas escondidas de las Montañas Circundantes; y desde entonces nadie salió nunca de Gondolin en misión de paz o de guerra mientras la ciudad estuvo allí. Thorondor, el Señor de las Águilas, nos anunció la caída de Nargothrond y luego trajo la noticia de la muerte del Rey Thingol y posteriormente la de su nieto Dior, el heredero, y de la ruina de Doriath.
Ante todas estas noticias Turgon cerró los oídos a los males de fuera, e hizo voto de no marchar nunca al lado de ningún hijo de Fëanor; y prohibió a su pueblo que atravesara el cerco de lascolinas. Mientras tanto yo permanecí en Gondolin, subyugado por la beatitud y la belleza de esas tierras y la sabiduría de la gente que en ella habitaba; con el tiempo y gracias a las enseñanzas del pueblo oculto me hice poderoso de mente y estatura, y aprendí a fondo la ciencia de los Elfos exiliados.
Poco a poco me fui ganando la confianza de la princesa Idril, bella y sabia era ella entre las elfas, y con el tiempo el corazón de mi amada se volvió hacia mí, y el mío le correspondía ciegamente. De igual forma el Rey me tomó en alta estima, y ordenó a los artesanos que me hicieran una armadura como obsequio por su aprecio.
Era una verdadera armadura hecha por los Noldor, la hicieron de acero forjado y recubierto de plata; y adornaron su yelmo con mi emblema en metales y joyas, la figura de dos alas de cisne, una a cada lado, y en mi escudo también labraron un ala de cisne.
Como arma no me decidí por una espada, preferí una fuerte y segura hacha, la cual también fue forjada en Gondolin, y a la cual llamé Dramborleg.
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