XV Y ÚLTIMA PARTE
Mientras huíamos y tratábamos de defender la Plaza del Rey, reunidos los que restábamos de las Casas de Gondolin, me vi sofocado por el calor y caí derribado por un gran demonio, el mismísimo Gothmog, señor de los Balrogs. Pero Ecthelion, cuyo rostro lucía tan pálido como el acero verdoso y cuyo escudo colgaba fláccido a su costado, se acercó veloz al verme caer; y el elfo atacó al demonio, pero no logró darle muerte, porque fue herido en el brazo en el que blandía la espada y ésta se soltó de su puño. Entonces, Ecthelion, señor de la Fuente, el más noble de los Noldor, se abalanzó sobre Gothmog cuando éste levantaba el látigo, y enterró la púa de su yelmo en el malévolo pecho y enroscó las piernas en los muslos del enemigo; y el Balrog se desplomó hacia adelante con un chillido pero los dos cayeron en la profunda fuente del rey. Allí encontró la muerte esa criatura; y Ecthelion, abrumado por el peso del acero, se hundió hasta el fondo y así murió el señor de la Fuente después de una fogosa lucha en esas aguas frías.
La lucha fue fuerte, eran orcos atacando por uno y otro lado, la constante arremetida de los dragones hasta que incendiaron el valle completo, defendimos fuertemente la torre de Turgon, hasta que fue derribada, era imposible defendernos ante fuerza tan grande y sorpresiva; cuando cayó el Rey, no tuvimos más remedio que conducir, con la ayuda de mi esposa, a los pocos del pueblo de Gondolin que pudimos reunir en medio de la confusión del incendio por el camino secreto que Idril había preparado años antes; de ese pasaje los capitanes de Angband nada sabían, y nunca pensaron que ningún fugitivo tomaría un camino hacia el norte y las cimas de las montañas, y el más próximo a Angband, lo cual nos ayudó para tomar la delantera y salir en secreto. El humo del incendio y el vapor de las hermosas fuentes de Gondolin, que se marchitaban en las llamas de los dragones del norte, descendieron sobre el valle de Tumladen en luctuosas tinieblas; y así fue favorecida nuestra huida, aún teníamos que recorrer un camino largo y descubierto desde la boca del túnel hasta el pie de las montañas.
Con mucho sigilo y esfuerzo llegamos a la salida del túnel, más allá de toda esperanza trepamos con dolor y desconsuelo, porque esas altas cimas eran frías y espantosas, y teníamos con nosotros muchos heridos, mujeres y niños.
Había un pasaje terrible, Cirith Thoronath se llamaba, la Grieta de las Águilas, donde a la sombra de los picos más altos serpeaba un estrecho sendero; a la derecha se abría un precipicio abismal, y a la izquierda una pendiente tremenda descendía al vado. A lo largo de ese estrecho sendero marchábamos en línea, cuando caímos en una emboscada de Orcos, y nuestra suerte empeoró al darnos cuenta que con ellos venía un balrog. La situación fue entonces espantosa, sobre nosotros caía una lluvia de flechas los seres de Morgoth se nos abalanzaron con espadas, en ese momento el balrog se puso delante de ellos y dirigió la marcha de ataque.
Nuestras mujeres y niños comenzaron a correr ayudando a los heridos, mientras nosotros nos quedamos en la retaguardia para hacerle frente al ataque; Glorfindel, el de cabellos amarillos, jefe de la Casa de la Flor Dorada de Gondolin, se puso al frente de la defensa, enfrentando se al balrog, y difícilmente podría habernos salvado su valor si Thorondor no hubiera llegado en el momento oportuno.
Glorfindel se enfrentó con el Balrog, con gran valentía le hacia frente a las embestidas del demonio de fuego, la lucha se llevó a cabo sobre el pináculo de una roca; y ambos cayeron perdiéndose en el abismo. Pero las águilas se lanzaron sobre los Orcos, que retrocedieron chillando; y todos fueron muertos o arrojados a las profundidades, de modo que Morgoth nada supo de la huida desde Gondolin hasta mucho después.
Entonces Thorondor rescató el cuerpo de Glorfindel del abismo, y lo sepultamos con gran dolor bajo un montículo de piedras junto al pasaje. Grande fue nuestro dolor.
Posteriormente conduje al resto de los habitantes de Gondolin. Pasé por encima de las montañas, y descendí al Valle del Sirion; y huyendo hacia el sur por fatigosas y peligrosas sendas, arribé por fin a Nan-tathren, la Tierra de los Sauces, sentía el poder de Ulmo habitando aún en el gran río y alrededor.
Allí descansamos un tiempo y aprovechamos para curar las heridas y el cansancio; pero nunca pudimos curarnos del dolor que nos causó la caída de Gondolin y la muerte de nuestra gente. En medio del dolor celebramos en memoria de la ciudad y de los Elfos que habían perecido allí, las doncellas, y las esposas, y los guerreros del rey; y por el amado Glorfindel. Muchos fueron los cantos que se oyeron bajo los sauces de Nan—tathren en la declinación del año.
Allí compuse una canción para mi hijo Eärendil, en la que contaba la llegada de Ulmo, el Señor de las Aguas, a las costas de Nevrast en tiempo pasado; y la nostalgia por el mar despertó en mi corazón y sentí que también en el de mi hijo. Idril y yo partimos de Nan—tathren, y nos dirigimos hacia el sur, río abajo, al encuentro del mar; y vivimos allí junto a las esembocaduras del Sirion; y nos encontramos en el lugar a las gentes de Elwing hija de Dior quienes también habían huido allí sólo un tiempo antes.
Junto al Sirion y el mar creció un pueblo de Elfos, espigas de Doriath y Gondolin; y de Balar llegaron los marineros de Círdan y se sumaron a nosotros y nos dedicamos a la navegación y a la fabricación de barcos, habitando siempre cerca de las costas de Arvernien bajo la sombra de la mano de Ulmo.
Comencé a sentir que la vejez me invadía, y que el deseo de la alta mar crecía con fuerza en mi corazón. Inicié la construcción de un gran navío al cual llamé Eärrámé, que significa Ala del Mar; y junto con Idril Celebrindal, mi querida esposa, navegué hacia el poniente, en el 525, el mismo año en que mi hijo Eärendil se casó con Elwyn hija de Dior.
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