Tuesday, April 04, 2006

XI Parte

Habíamos atravesado el Primer Portal, el Portal de Madera, me sentía profundamente cansado, un viento helado siseaba sobre la cara de las piedras, y me envolví en la capa.
— ¡Frío soplaba el viento del Reino Escondido.

Seguimos caminando cansados por el viaje y el hambre, de este modo ascendimos el camino empinado, a veces por largas escaleras, otras por cuestas ondulantes bajo la intimidante sombra del acantilado, hasta que a una media legua poco más o menos de la Puerta de Madera, vi que el camino estaba bloqueado por un gran muro que cruzaba el barranco de lado a lado, con robustas torres de piedra en cada extremo. En la pared había una gran arcada sobre el camino, pero parecía la habían cerrado con una única poderosa piedra. Cuando nos acercamos, la oscura y pulida superficie resplandecía a la luz de una lámpara blanca que colgaba en el medio del arco.

Era el Segundo portal, el Portal de Piedra, pasamos y entramos en un patio donde había muchos guardianes armados vestidos de gris. Nadie dijo nada, pero Elemmakil nos condujo a una cámara bajo la torre septentrional; y allí se nos dio alimentos y vino y se nos permitió descansar un momento.

Al cabo de un corto trecho nos topamos con un muro más alto todavía y más fuerte que el anterior, y en él se abría e1 Tercer Portal, e1 Portal de Bronce: un gran portal de dos hojas recubiertas de escudos y placas de bronce en los que había grabados muchas figuras y signos extraños. Sobre el muro, por encima del dintel, había tres torres cuadradas, techadas y revestidas de cobre, que brillaba siempre y resplandecía como fuego a los rayos de las lámparas rojas, alineadas como antorchas a lo largo del muro.

Otra vez silenciosos cruzamos la puerta y vimos en el patio del otro lado una compañía de guardianes todavía mayor, con trajes de malla que brillaban como fuego opacado; y las hojas de las hachas eran rojas. Del linaje de los Sindar de Nevrast eran la mayoría de los que guardaban esta puerta.

Después de seguir subiendo nos acercamos al Cuarto Portal, el Portal de Hierro
Retorcido. Alto y negro era el muro y ninguna lámpara lo iluminaba. Sobre él había cuatro torres de hierro, y entre las dos del medio asomaba la figura de un águila enorme labrada en hierro, a semejanza del Rey Thorondor cuando bajando de los cielos más altos se posa sobre la cima de una montaña. Pero cuando estuve frente a la puerta, asombrado, tuve la impresión de que estaba mirando a través de las ramas y los troncos de unos árboles imperecederos un pálido valle de la Luna. Porque una luz venía a través de las tracerías de la puerta, forjadas y batidas en forma de árboles, con raíces retorcidas y ramas entretejidas cargadas de hojas y de flores. Y al pasar al otro lado, vi cómo esto era posible; porque la puerta era de un grosor considerable, y no había un solo enrejado, sino tres en sucesión, puestos de tal modo que para quien venía por medio del camino eran parte del conjunto; pero la luz de más allá era la luz del día.

Más allá el camino era casi llano. Pasamos entonces por medio de las filas de la Guardia de Hierro que estaba detrás del Portal; de mantos, mallas y largos escudos negros; y las viseras de pico de águila de los cascos les cubrían las caras.

De ahí fuimos conducidos al Portal de Plata. El muro del Quinto Portal estaba construido de mármol blanco, y era bajo y macizo, y el parapeto era un enrejado de plata entre cinco grandes globos de mármol; y había allí muchos arqueros vestidos de blanco. La puerta tenía la forma de tres arcos de círculo, y estaba hecha de plata y de perlas de Nevrast a semejanza de la Luna; pero sobre el Portal, en medio del globo, se levantaba la imagen del Árbol Blanco de Telperion, de plata y malaquita, con flores hechas con las grandes perlas de Ba1ar. Y más allá del Portal, en un amplio patio pavimentado de mármol verde y blanco, había arqueros con malla de plata y yelmos de cresta blanca, un centenar de ellos a cada lado. Entonces Elemmakil nos condujo a través de las filas silenciosas y entramos en un largo camino blanco que llevaba derecho al Sexto Portal; y mientras avanzamos, las veredas de hierba a la vera del camino se hacían más anchas, y entre las blancas estrellas de uilos, se abrían muchas flores menudas, como ojos de oro.

Así llegamos al Portal Dorado, el último de los antiguos portales de Turgon construidos antes de la Nirnaeth; y era muy semejante al Portal de Plata, salvo que el muro estaba hecho de mármol amarillo y los globos y el parapeto eran de oro rojo; y había seis globos, y en medio, sobre una pirámide dorada, se levantaba la imagen de Laurelin, el Árbol del Sol, con flores de topacio labradas en largos racimos, engarzados en cadenas de oro. Y el Portal mismo estaba adornado con discos de oro de múltiples rayos, a semejanza del Sol, engarzados en medio de figuras de granate y topacio y diamantes amarillos. En el patio del otro lado había trescientos arqueros con largos arcos, y las cotas de malla eran doradas, y unas largas plumas doradas les coronaban los yelmos; y los grandes escudos redondos eran rojos como llamas de fuego.

Elemmakil avanzó de prisa porque se acercaban al Séptimo Portal, llamado el Grande, el Portal de Acero. No había allí ningún muro, pero a cada lado se levantaban dos torres redondas de gran altura, con múltiples ventanas escalonadas en siete plantas que culminaban en una torrecilla de acero brillante, y entre las torres había un poderoso cerco de acero que no se oxidaba, y resplandecía frío y pulido. Había siete grandes columnas de acero, con la altura y la circunferencia de fuertes árboles jóvenes, pero terminadas en una punta cruel afilada como una aguja; y entre las columnas había siete travesaños de acero, y en cada espacio siete veces siete varas de acero verticales, coronadas de láminas largas como lanzas. Pero en el centro, sobre la columna central y la más grande, se levantaba una poderosa imagen del yelmo real de Turgon: la Corona del Reino Escondido, toda engarzada de diamantes.

Elemmakil avanzó y ninguna puerta se abrió; pero golpeó una barra y el cerco resonó como un arpa de múltiples cuerdas que emitió unas claras notas armónicas que fueron repitiéndose de torre en torre.

En seguida surgieron jinetes de las torres, pero delante de los de la torre septentrional venía uno montado en un caballo blanco; y desmontó y avanzó hacia nosotros. Era Ecthelion, Señor de las Fuentes, por ese tiempo Guardián de la Gran puerta.Vestía todo de plata, y sobre el yelmo resplandeciente llevaba un dardo de acero terminado en un diamante; y cuando el escudero le tomó el escudo, éste brilló como cubierto de gotas de lluvia, que eran en verdad un millar de tachones de cristal.

Elemmakil lo saludó y dijo: —He traído aquí a Voronwë Aranwion, que vuelve de Balar; y he aquí el extranjero que él ha conducido y que demanda ver al Rey.
Entonces Ecthelion se volvió hacia mí, pero me envolví en mi capa y guardé silencio frente a él; sentí que una neblina me cubría y que había crecido en estatura, de modo que el extremo de mi capucha sobrepasaba el yelmo del señor élfico, como si fuera la cresta gris de una ola marina que se precipita a tierra. Pero Ecthelion posó su brillante mirada sobre mí y al cabo de un silencio habló gravemente diciendo: — Has llegado hasta el Último Portal. Entérate pues que ningún extranjero que lo atraviese volverá a salir otra vez, salvo por la puerta de la muerte.

Entonces conducido por un extraño poder dentro de mí dije:
•¡No pronuncies augurios ominosos! Si el mensajero del Señor de las Aguas pasa por esa puerta, todos los que aquí moran han de ir tras él. Señor de las Fuentes: ¡no estorbes al mensajero del Señor de las Aguas! Voronwë y todos los que estaban cerca me miraron con asombro, maravillados de mis palabras y mi voz. Yo solo tuve la impresión de que me oía a mí mismo como si otro hablara por mi boca.

Por un tiempo Ecthelion se mantuvo en silencio mirándome, y poco a poco un temor reverente le asomó a la cara, como si en la sombra gris de mi capa viera visiones distantes. Luego se inclinó ante mí y fue hacia el cerco y puso sus manos sobre él, y las puertas se abrieron hacia adentro a ambos lados de la columna de la Corona.

Entonces pasé entre ellas, y llegando a un elevado prado que daba sobre el valle, contemplé Gondolin en medio de la nieve blanca era el año 495. Y tan maravillado quedé que durante largo rato no pude mirar nada más; porque tenía ante mí por fin la visión de mi deseo, nacido de sueños de nostalgia.

2 Comments:

Blogger DarkV said...

esto q es???

3:58 PM  
Blogger Unknown said...

un blog de historias mias, literario

7:30 AM  

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