IV PARTE
Al día siguiente seguí caminando sin prisa. E1 sol se levantaba a mis espaldas y se ponía delante de mi, hubo un lugar hermoso en donde el agua se quebraba en espumas entre las piedras y luego se precipitaba en súbitas caídas en la mañana, en la tarde se tejían arcos iris por sobre la corriente, a este barranco le di el nombre de Cirith Ninniach.
Viajé lentamente tres días bebiendo el agua fría, pero sin deseo de tomar alimento alguno, aunque había muchos peces que resplandecían como el oro y la plata o lucían los colores de los arcos iris en la espuma.
Al cuarto día el canal se ensanchó, y los muros se hicieron más bajos y menos escarpados; pero el río corría más profundo y con más fuerza, porque unas altas colinas avanzaban ahora a cada lado, y unas nuevas aguas se vertían desde ellas en Cirith Ninniach en cascadas de luces trémulas. Allí me quedé largo rato sentado, contemplando los remolinos de la corriente y escuchando aquella voz interminable hasta que la noche volvió otra vez y las estrellas brillaron frías y blancas en la oscura ruta del cielo. Entonces levanté la voz y pulsé las cuerdas del arpa, y por sobre el ruido del agua sentí como el sonido de la canción y las dulces vibraciones del arpa resonaron en la piedra y se multiplicaron, y avanzaron y se extendieron por las montañas envueltas en noche, hasta que toda la tierra vacía se llenó de música bajo las estrellas, no sabía pero me encontraba entre las Ered Lómin.
Ante el eco producido me asombré y dejé de cantar y lentamente la música murió en las colinas y hubo silencio. Y entonces en medio del silencio escuché en el aire un grito extraño el cual no reconocí. Pensé que era la voz de un duende, en otros momentos prefería creer que era una bestezuela que se lamenta en el yermo. Luego, al oírla otra vez, me dije a mi mismo que seguramente es el grito de un ave nocturna que no conozco. —Y me pareció un sonido luctuoso, y no obstante deseaba escucharlo y seguirlo, porque sentía que el sonido me llamaba, pero no sabía a dónde.
A la mañana siguiente escuché la misma voz, y alzando los ojos vi tres grandes aves blancas que avanzaban por el barranco en el viento del oeste, y las alas vigorosas les brillaban al sol recién nacido, y al pasar sobre mi volvieron a gritaron una nota plañidera. Por primera vez vi las grandes grullas, entonces me levanté para seguirlas, y queriendo observar hacia dónde volaban trepé la ladera de la izquierda y me erguí en la cima y sentí contra la cara un fuerte viento venido del Oeste. Bebí profundamente ese aire nuevo y sentí que me animaba el corazón como si bebiera vino fresco, no sabía de donde provenía pero sentía que me fortalecía y que era distinto a cualquier otro viento que hubiera sentido antes.
Me puse en marcha en busca de las grullas, y mientras avanzaba los lados del barranco se iban uniendo otra vez, y así llegué a un estrecho canal, lleno del gran estrépito del agua. Al mirar hacia abajo, vi una gran maravilla, era como una frenética marejada que avanzaba por el estrecho y luchaba contra el río, el cual seguía precipitándose hacia adelante, y una ola como un muro se levantó casi hasta la cima del acantilado, coronada de crestas de espuma que volaban al viento. Entonces el río fue empujado hacia atrás y la marejada avanzó rugiente por el canal anegándolo con aguas profundas, y las piedras pasaban rodando como truenos. Si no hubiera seguido a las aves de seguro hubiera muerto con el subir de esta marea.
La furia de las extrañas aguas me desanimaron, por lo que me devolví y me alejé hacia el sur, erré algunos días por un campo áspero despojado de árboles; y un viento salubre barría este campo, y todo lo que allí crecía, hierba o arbusto, se inclinaba hacia el alba porque prevalecía el viento del Oeste. De este modo llegué a los bordes de Nevrast, sin advertirlo porque las cimas del acantilado eran más altas que las cuestas que había por detrás llegué súbitamente al borde negro de la Tierra Media y vi el Gran Mar, Belegaer Sin Orillas. A esa hora el sol descendía más allá de las márgenes del mundo como una llamarada poderosa; y me erguí sobre el acantilado con los brazos extendidos y una gran nostalgia le ganó a mi corazón.
Me demoré varios días en Nevrast, en aquellos días no se oían en todas aquellas soledades voces de Elfos ni de Hombres. Llegué hasta los bordes de la gran laguna, pero las vastas ciénagas y los apretados bosques de juncos que se extendían en derredor me impedían alcanzar las aguas por lo que volví a las costas, extrañamente el Mar me atraía, y no estaba dispuesto a quedarme mucho tiempo donde no pudiera oír el sonido de las olas.
En esas costas encontré por vez primera huellas de los Noldor de antaño entre los altos acantilados abiertos por las aguas al sur de Drengist había muchas ensenadas y calas con playas de arena blanca entre las negras piedras resplandecientes, y visitando esos lugares descubrí a menudo escaleras tortuosas talladas en la piedra viva; y junto al borde del agua había muelles en ruinas construidos con grandes bloques de piedra, donde antaño habían anclado navíos de los Elfos. En esas regiones me quedé mucho tiempo contemplando el mar siempre cambiante, mientras el año lento se consumía dejando atrás la primavera y el verano.
Y, quizá, los pájaros vieron desde lejos el fiero invierno que se aproximaba; porque los que acostumbraban migrar hacia el sur se agruparon temprano para partir, y los que solían habitar en el norte volvieron a sus hogares en Nevrast. Y un día, mientras estaba sentado en la costa, escuché un sibilante batir de grandes alas y miré hacia arriba y vi siete cisnes blancos que volaban en una rápida cuña hacia el sur. Pero cuando estuvieron sobre mí, giraron y descendieron de pronto y se dejaron caer ruidosamente salpicando agua.
Viajé lentamente tres días bebiendo el agua fría, pero sin deseo de tomar alimento alguno, aunque había muchos peces que resplandecían como el oro y la plata o lucían los colores de los arcos iris en la espuma.
Al cuarto día el canal se ensanchó, y los muros se hicieron más bajos y menos escarpados; pero el río corría más profundo y con más fuerza, porque unas altas colinas avanzaban ahora a cada lado, y unas nuevas aguas se vertían desde ellas en Cirith Ninniach en cascadas de luces trémulas. Allí me quedé largo rato sentado, contemplando los remolinos de la corriente y escuchando aquella voz interminable hasta que la noche volvió otra vez y las estrellas brillaron frías y blancas en la oscura ruta del cielo. Entonces levanté la voz y pulsé las cuerdas del arpa, y por sobre el ruido del agua sentí como el sonido de la canción y las dulces vibraciones del arpa resonaron en la piedra y se multiplicaron, y avanzaron y se extendieron por las montañas envueltas en noche, hasta que toda la tierra vacía se llenó de música bajo las estrellas, no sabía pero me encontraba entre las Ered Lómin.
Ante el eco producido me asombré y dejé de cantar y lentamente la música murió en las colinas y hubo silencio. Y entonces en medio del silencio escuché en el aire un grito extraño el cual no reconocí. Pensé que era la voz de un duende, en otros momentos prefería creer que era una bestezuela que se lamenta en el yermo. Luego, al oírla otra vez, me dije a mi mismo que seguramente es el grito de un ave nocturna que no conozco. —Y me pareció un sonido luctuoso, y no obstante deseaba escucharlo y seguirlo, porque sentía que el sonido me llamaba, pero no sabía a dónde.
A la mañana siguiente escuché la misma voz, y alzando los ojos vi tres grandes aves blancas que avanzaban por el barranco en el viento del oeste, y las alas vigorosas les brillaban al sol recién nacido, y al pasar sobre mi volvieron a gritaron una nota plañidera. Por primera vez vi las grandes grullas, entonces me levanté para seguirlas, y queriendo observar hacia dónde volaban trepé la ladera de la izquierda y me erguí en la cima y sentí contra la cara un fuerte viento venido del Oeste. Bebí profundamente ese aire nuevo y sentí que me animaba el corazón como si bebiera vino fresco, no sabía de donde provenía pero sentía que me fortalecía y que era distinto a cualquier otro viento que hubiera sentido antes.
Me puse en marcha en busca de las grullas, y mientras avanzaba los lados del barranco se iban uniendo otra vez, y así llegué a un estrecho canal, lleno del gran estrépito del agua. Al mirar hacia abajo, vi una gran maravilla, era como una frenética marejada que avanzaba por el estrecho y luchaba contra el río, el cual seguía precipitándose hacia adelante, y una ola como un muro se levantó casi hasta la cima del acantilado, coronada de crestas de espuma que volaban al viento. Entonces el río fue empujado hacia atrás y la marejada avanzó rugiente por el canal anegándolo con aguas profundas, y las piedras pasaban rodando como truenos. Si no hubiera seguido a las aves de seguro hubiera muerto con el subir de esta marea.
La furia de las extrañas aguas me desanimaron, por lo que me devolví y me alejé hacia el sur, erré algunos días por un campo áspero despojado de árboles; y un viento salubre barría este campo, y todo lo que allí crecía, hierba o arbusto, se inclinaba hacia el alba porque prevalecía el viento del Oeste. De este modo llegué a los bordes de Nevrast, sin advertirlo porque las cimas del acantilado eran más altas que las cuestas que había por detrás llegué súbitamente al borde negro de la Tierra Media y vi el Gran Mar, Belegaer Sin Orillas. A esa hora el sol descendía más allá de las márgenes del mundo como una llamarada poderosa; y me erguí sobre el acantilado con los brazos extendidos y una gran nostalgia le ganó a mi corazón.
Me demoré varios días en Nevrast, en aquellos días no se oían en todas aquellas soledades voces de Elfos ni de Hombres. Llegué hasta los bordes de la gran laguna, pero las vastas ciénagas y los apretados bosques de juncos que se extendían en derredor me impedían alcanzar las aguas por lo que volví a las costas, extrañamente el Mar me atraía, y no estaba dispuesto a quedarme mucho tiempo donde no pudiera oír el sonido de las olas.
En esas costas encontré por vez primera huellas de los Noldor de antaño entre los altos acantilados abiertos por las aguas al sur de Drengist había muchas ensenadas y calas con playas de arena blanca entre las negras piedras resplandecientes, y visitando esos lugares descubrí a menudo escaleras tortuosas talladas en la piedra viva; y junto al borde del agua había muelles en ruinas construidos con grandes bloques de piedra, donde antaño habían anclado navíos de los Elfos. En esas regiones me quedé mucho tiempo contemplando el mar siempre cambiante, mientras el año lento se consumía dejando atrás la primavera y el verano.
Y, quizá, los pájaros vieron desde lejos el fiero invierno que se aproximaba; porque los que acostumbraban migrar hacia el sur se agruparon temprano para partir, y los que solían habitar en el norte volvieron a sus hogares en Nevrast. Y un día, mientras estaba sentado en la costa, escuché un sibilante batir de grandes alas y miré hacia arriba y vi siete cisnes blancos que volaban en una rápida cuña hacia el sur. Pero cuando estuvieron sobre mí, giraron y descendieron de pronto y se dejaron caer ruidosamente salpicando agua.
Yo amaba a los cisnes, los había conocido en los estanques grises de Mithrim; y el cisne además había sido la señal de Annael y de mi familia adoptiva. Me puse en pie por tanto para saludar a las aves y las llamé maravillado al ver que eran de mayor tamaño y más orgullosas que ninguna otra de su especie que hubiera visto nunca; pero ellas batieron las alas y emitieron ásperos gritos como si estuvieran enfadadas conmigo y querían echarme de la costa. Luego, con gran ruido, se alzaron otra vez de las aguas y volaron por encima de mi cabeza, de modo que el aleteo sopló sobre mi como un viento ululante; y girando en un amplio círculo subieron por el aire y se alejaron hacia el sur.
Sentí que era otro signo en señal que me había demorado demasiado tiempo, y en seguida trepé a la cima del acantilado y allí vi todavía a los cisnes que giraban en las alturas; cuando me volví hacia el sur y empecé a seguirlos, escaparon rápidamente.
Sentí que era otro signo en señal que me había demorado demasiado tiempo, y en seguida trepé a la cima del acantilado y allí vi todavía a los cisnes que giraban en las alturas; cuando me volví hacia el sur y empecé a seguirlos, escaparon rápidamente.