X PARTE
Cuando el primer resplandor del día se filtró gris a través de las nieblas de Dimbar, volvimos arrastrándonos al Río Seco, y pronto el curso se desvió hacia el este, serpenteando en ascenso por entre los muros mismos de las montañas; y delante de ellos había un gran precipicio escarpado que se levantaba de pronto en una pendiente cubierta de una enmarañada maleza de espinos. En esa maleza penetraba el pétreo canal y allí estaba todavía oscuro como la noche; e hicimos alto, porque los espinos crecían espesos a ambos lados del lecho, y las ramas entrelazadas formaban una densa techumbre, de modo que Voronwë y yo a menudo teníamos que arrastrarnos como bestias que vuelven furtivas a su guarida subterránea.
Cuando con gran esfuerzo llegamos al pie mismo del acantilado, encontramos una falla, parecida a la boca de un túnel abierto en la dura roca por aguas que f1uyeran del corazón de los montes. Penetramos por ella y dentro no había ninguna luz, pero Voronwë avanzó sin vacilar; y yo lo seguía con una mano apoyada en el hombro de Voronwë, e inclinándome un poco pues el techo era bajo. Por un tiempo anduvimos a ciegas, hasta que sentimos que el suelo se había nivelado y ya no había pedruscos sueltos.
Hicimos alto y respiramos profundamente, escuchando, pero todo era silencio, y ni siquiera podía oírse el goteo del agua. Nuestros susurros despertaron los ecos dormidos y se agrandaron y se multiplicaron y recorrieron el techo y las paredes invisibles siseando y murmurando como el sonido de muchas voces furtivas. Y cuando los ecos morían en la piedra, escuché desde el corazón de la oscuridad una voz que hablaba en lenguas élficas: primero en la Alta Lengua de los Noldor, que no conocía; y luego en la lengua de Beleriand, aunque con inf1exiones algo extrañas, como las de un pueblo que hace mucho tiempo se separó de sus hermanos.
· ¡A1to! —nos decía—. ¡No os mováis! O moriréis, seáis amigos o enemigos.
· Somos amigos, dijo Voronwë.
· Entonces haced lo que se os ordene —nos dijo la voz.
El eco de las voces se apagó en el silencio. Voronwë y yo permanecimos inmóviles, y me pareció que transcurrían muchos lentos minutos, y sentí un miedo en el corazón, como en ningún otro de mis pasados peligros. Entonces se oyó un ruido de pasos, que crecieron hasta parecer casi que unos trolls martilleaban en aquel sitio sonoro. De repente, alguien descubrió una lámpara élfica, y los brillantes rayos enfocaron primero a Voronwë, pero no pude ver nada más que una estrella deslumbrante en la sombra; y supe que mientras ese rayo me iluminara no podría moverme para huir ni avanzar.
Por un momento fuimos mantenidos así en el ojo de la luz, y luego la voz nos volvió a hablar diciendo:
· ¡Mostrad vuestras caras! —Y Voronwë echó atrás la capucha y la cara resplandeció en la luz, clara y dura, como grabada en piedra; y su belleza me maravilló. Entonces habló con orgullo diciendo: — ¿No conoces a quien estás mirando? soy Voronwë, hijo de Aranwë, de la Casa de Fingolfin. ¿O al cabo de unos pocos años se me ha olvidado en mi propia tierra? Mucho más allá de los confines de la Tierra Media he viajado, pero aún recuerdo tu voz, Elemmakil.
· Entonces recordará también Voronwë las leyes de su tierra —dijo la voz—. Puesto que partió por mandato, tiene derecho a retornar. Pero no a traer aquí a forastero alguno. Por esa acción pierde todo derecho, y ha de ser llevado prisionero ante el juicio del rey. En cuanto al forastero, será muerto o mantenido cautivo según juicio de la Guardia. Traedlo aquí para que yo pueda juzgar.
Entonces Voronwë me condujo a la luz, y entretanto muchos Noldor vestidos de malla y armados avanzaron de la oscuridad, y nos rodearon con espadas desenvainadas. Y Elemmakil, capitán de la Guardia, que portaba la lámpara brillante, nos miró larga y detenidamente.
· Esto es extraño en ti, Voronwë —dijo—. Hemos sido amigos durante mucho tiempo. ¿Por qué, entonces, me pones así tan cruelmente entre la ley y la amistad? Si hubieras traído aquí a un intruso de alguna de las otras casas de los Noldor, ya habría sido bastante. Pero has traído al conocimiento del Camino a un Hombre mortal, porque veo en sus ojos a qué linaje pertenece. No obstante jamás podrá partir en libertad, puesto que conoce el secreto; y como a alguien de linaje extraño que ha osado entrar, tendría que matarlo... aun cuando fuera tu queridísimo amigo.
· En las vastas tierras de fuera, Elemmakil, muchas cosas extrañas pueden acaecerle a uno, y misiones inesperadas pueden imponérsele —contestó Voronwë—. Otro será el viajero al volver que el que partió. Lo que he hecho lo he hecho por un mandato más grande que la ley de la Guardia. E1 Rey tan sólo ha de juzgarme, y a aquel que viene conmigo.
Entonces hablé y ya no sentí miedo. —Vengo con Voronwë, hijo de Aranwë, porque el Señor de las Aguas lo designó para que me guiara. Con este fin fue librado de la Condenación de los Valar y de la cólera del Mar. Porque traigo un recado de Ulmo para el hijo de Fingolfin y con él hablaré.
Entonces Elemmakil me miró con asombro.
· ¿Quién eres, pues? ¿Y de dónde vienes?
· Soy Tuor, hijo de Huor, de la Casa de Hador y de la parentela de Húrin, y estos nombres, se cuenta, no son desconocidos en el Reino Escondido. He pasado desde Nevrast por muchos peligros para encontrarlo.
· ¿Desde Nevrast? — me preguntó Elemmakil—. Se dice que nadie vive allí desde la partida de nuestro pueblo.
· Se lo dice con verdad —respondí—. Vacíos y helados están los patios de Vinyamar. No obstante, de allí vengo. Llevadme ahora ante el que construyó esas estancias de antaño.
· En asuntos de tanto monto, no me cabe decidir —dijo Elemmakil—. Por tanto he de llevarte a la luz donde más sea revelado y te entregaré a la Guardia del Gran Portal.
Entonces dio voces de mando y Voronwë y yo fuimos rodeados de altos guardianes, dos por delante y tres por detrás; y el capitán nos llevó desde la caverna de la Guardia Exterior y entramos, según parecía, a un pasaje recto, y por allí anduvieron largo rato hasta que una pálida luz brilló adelante. Así llegamos por fin a un amplio arco con altas columnas a cada lado, talladas en la roca, y en el medio había un portal de barras de madera cruzadas, maravillosamente talladas y tachonadas con clavos de acero.
Elemmakil lo tocó, y el portal se alzó lentamente y seguimos adelante; vi que nos encontrábamos en el extremo de un barranco. Nunca había visto nada igual ni había alcanzado a imaginarlo, aunque tanto había andado por las montañas del desierto del Norte; porque junto al Orfalch Echor, el Cirith Ninniach no era sino una grieta en la roca. Aquí las manos de los mismos Valar, durante las antiguas guerras de los inicios del mundo, habían separado las grandes montañas, y los lados de la hendidura eran escarpados, como si hubieran sido abiertos con un hacha, y se alzaban a alturas incalculables. Allí arriba a lo lejos corría una cinta de cielo, y sobre su profundo azul se recortaban unas cumbres oscuras y unos pináculos dentados, remotos, pero duros, crueles como lanzas.
Demasiado altos eran esos muros poderosos para que el sol del invierno llegara a dominarlos, y aunque era ahora pleno día, unas estrellas pálidas titilaban por sobre la cima de las montañas, y abajo todo estaba en penumbra, salvo por la desmayada luz de las lámparas colocadas junto al camino ascendente. Porque el suelo del barranco subía empinado hacia el este, y a la izquierda vi al lado del lecho de la corriente un ancho camino pavimentado de piedras, que ascendía serpenteando hasta desvanecerse en la sombra.